martes, 7 de agosto de 2012

Beowulf

Esta inocencia fundamental, que defendió con garras y dientes hasta al final, le permitió a Tolkien legitimar la fantasía en un mundo azotado por el materialismo y la vulgaridad. Por eso se tomó la molestia de escribir un artículo donde defendía al Beowulf, diciendo que describir un dragón es preferible a hacer una larga enumeración realista de las condiciones de la vida cotidiana de la Inglaterra del siglo XII.
Su interés por la mitología también tuvo un origen lateral. Cuando se aplicó a construir los fundamentos del élfico (algo que acompañaba con otros divertimentos, como hacer crucigramas en galés antiguo), descubrió que era imposible crear un idioma sin crear primero una mitología que lo sustentara. Para ponerlo en sus palabras, porque las nuestras están condenadas a ser menos precisas: “El propósito de un idioma no es el intercambio de información, sino el diseño de un espacio donde es posible el sueño”. Enredado concepto, tal vez. Pero muy respetable, porque gracias a él tenemos el élfico y sus bases: El hobbit y El Señor de los Anillos.

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